domingo, 28 de octubre de 2007

MATAR IMPULSOS

Soy un impulso que camina perdido. Perdido porque estoy buscando, mientras matamos las fugacidades del párpado.

Introspección solitaria y asco en esos charcos concéntricos que luego piso, salpican y me hacen pensar… No lleva a ningún sitio cómodo; fácil de vivir y asimilar, el orden es un equilibrio aleatorio que inventamos para engañarnos y no sentir las nauseas del mareo.

Malditas las aburridas norias y malditos los círculos concéntricos.

Nada permanece, todo muere. Cambio constante si me apuras, si me escurro de mí mismo, mejor no hablar demasiado del resto. Mi sombra siempre fue más rápida que yo.

Matar para inmortalizar, matar para aferrarnos, matar para no caer en el miedo, en la muerte, en lo inevitable, en el instante. Matar porque la muerte es inseparable de la vida. Matar es parir, y matar instantes es dibujo. No existo ni existiré en la singularidad cerrada que dicen ser la identidad; única, inmutable, perpetua, muerta. Mato instantes, me mato un poco, para seguir viviendo, caminando, moviéndome, giro, me elevo y caigo. Una hoja de otoño en el remolino de una brisa. ¿Por qué vamos perdiendo el asombro del instante?

Veneno en el biberón y diluido en gente. Ajenizándonos. Es más fácil.

Te obligan a formular el ¿por qué? de forma mecánica, porque se sienten incómodos con sus propias respuestas.

Búscate el modo de ser persona.

El impulso mueve a la mano, inquieta, busca algo, se agita: un trazo en el papel y ya no soy yo… o soy más yo que nunca. Quién sabe. Se mueve sola, la otra se suma, no responden, no razonan ni me hacen caso.

Entonces es cuando te toca crecer, dicen, con un cuchillo en la mano. Y te cortamos las manos para no sentir esa angustiosa inquietud de sabernos múltiples y diferentes matices de un gran espejo, en el que, a veces, fugazmente, nos reconocemos y muere brevemente la soledad del yo.

Sin olvidar que para morir hay que nacer primero.

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